Y no debería ponerme a pensar en los errores que cometí, ni el daño que me causó ni el tiempo que perdí. No debería lamentarme por haber estado ahí, por creer que tantas cosas podrían funcionar cuando yo estaba descompuesta, cuando no podía gritar que todo estaba mal.
Estaba perdida, o creo que ciega, por aquella cortina de esperanzas e ilusiones que solo eran pesadillas, que me mintieron mucho tiempo, al hacerme creer que todo eso iba a suceder, pero pasaban los días, y todo empeoraba, la tormenta venía, y no la quería ver.
Y no quería sentir el filo en mi cuerpo, ni la sangre que caía, pero lo sentía, y no podía gritar que todo seguía mal.
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